lunes, 12 de mayo de 2025

 

Fragmento de El Orden del Discurso de Foucault

Michel Foucault se erige como una de las figuras más trascendentales del pensamiento filosófico y social del siglo XX, cuyo legado continúa resonando en múltiples disciplinas, desde la sociología y la historia hasta la crítica literaria y los estudios culturales. Su obra seminal, "El orden del discurso" ("L'Ordre du discours"), representa la lección inaugural que pronunció en el Collège de France en 1970. Este texto fundamental sirve como un crisol donde convergen sus ideas en evolución sobre el discurso, el poder y el saber, actuando como un puente entre sus trabajos "arqueológicos" iniciales y sus posteriores investigaciones "genealógicas".  

En el núcleo de "El orden del discurso" yace la exploración de cómo las sociedades ejercen control, efectúan la selección, establecen la organización y llevan a cabo la redistribución de la producción discursiva. Foucault argumenta que estas operaciones se realizan mediante diversos procedimientos cuyo propósito primordial consiste en conjurar los poderes inherentes al discurso y mitigar sus potenciales peligros. El presente análisis se adentrará en los mecanismos externos e internos de control del discurso identificados por Foucault, sus principios rectores para el análisis discursivo y las implicaciones más amplias de su trabajo para la comprensión de la intrincada relación entre discurso, poder y saber.  

Los mecanismos externos de control del discurso, tal como los concibe Foucault, son aquellos que operan desde la periferia del discurso mismo, actuando como sistemas de exclusión que buscan delimitar qué se puede decir, quién puede decirlo y bajo qué circunstancias.  

El principio de prohibición constituye la forma más manifiesta y familiar de control discursivo. Se manifiesta a través de tabúes sociales que restringen ciertos temas, palabras o modos de expresión. Tal como se explicita en el material de investigación, este principio establece "qué es lo que está permitido y lo que no está permitido" en el ámbito del discurso. Se reconoce que "el autor, a riesgo de provocar controversia, no puede hablar crudamente de cualquier tema". Esta limitación se extiende a la comprensión de que "uno sabe que no tiene derecho a de- cirlo todo, que no se puede hablar de todo en cualquier circunstancia, que cualquiera, en fin, no puede hablar de cualquier cosa". La existencia de palabras o temas prohibidos revela las ansiedades subyacentes y las estructuras de poder que moldean una sociedad. Aquello que se considera indecible a menudo desafía las normas establecidas o amenaza el orden vigente. La propia acción de prohibir se erige como una manifestación del poder que busca mantener el dominio sobre el conocimiento y el orden social. La naturaleza específica de estas prohibiciones exhibe una notable variabilidad a través de diferentes periodos históricos y culturas, reflejando la evolución de los valores sociales y las relaciones de poder. El examen de temas que en algún momento fueron tabú pero que ahora se discuten abiertamente (y viceversa) proporciona valiosas perspectivas sobre los cambios en las normas sociales, los códigos morales y la distribución del poder a lo largo del tiempo. Esta perspectiva histórica comparativa permite una comprensión más profunda de cómo el discurso y el poder se entrelazan y se negocian constantemente.  

La separación entre la locura y la razón emerge como otro mecanismo de exclusión de gran alcance. La distinción entre lo "racional" y lo "irracional" sirve para descalificar ciertos discursos, relegándolos al ámbito de la locura y, por ende, invalidándolos como formas legítimas de conocimiento o verdad. En este sentido, se considera "loco" a aquel cuyo "discurso incomprensible para la mayoría". Históricamente, se ha considerado que el discurso del loco "no puede circular como el de los otros" y que su palabra carece de "verdad ni importancia". La definición de "locura" no posee un carácter objetivo, sino que se construye socialmente y se utiliza para marginar a individuos y sus discursos que se desvían de las normas dominantes de racionalidad. Lo que una sociedad considera "loco" a menudo resulta relativo a sus creencias, valores y modos de comprender el mundo. Al etiquetar ciertos discursos como locos, la sociedad puede silenciar eficazmente las voces o perspectivas disidentes que desafían los sistemas de conocimiento establecidos. Si bien históricamente el discurso de los considerados locos a menudo se desestimaba, Foucault señala una transición hacia un enfoque más "vigilante". Esta observación sugiere que la exclusión puede haberse tornado más sutil, operando a través de instituciones y las interpretaciones de expertos. La evolución desde el rechazo absoluto hasta la interpretación medicalizada indica una modificación en la forma de exclusión, aunque la dinámica de poder subyacente persiste. Ahora, opera mediante la autoridad de los discursos médicos y psicológicos, que continúan definiendo y categorizando el habla "anormal".  

El concepto complejo de la "voluntad de verdad" alude al imperativo social y al respaldo institucional de formas específicas de conocimiento y discurso que se consideran "verdaderas". Este sistema de exclusión privilegia ciertos discursos mientras margina o rechaza otros que no se ajustan a sus criterios. Foucault propone principios que se oponen a la noción de una única "verdad" subyacente a todo discurso, lo que subraya su crítica a la voluntad de verdad. Esta voluntad de verdad se encuentra intrínsecamente ligada a las dinámicas de poder, siendo "inoculada a la sociedad (a los no locos) por la clase en el poder". La pregunta de "¿Pero qué hay de tan peligroso en el hecho de que la gente hable y de que sus discursos proliferen indefinidamente? ¿En dónde está por tanto el peligro?" sienta las bases para comprender la necesidad de mecanismos de control, incluida la voluntad de verdad. Históricamente, la verdad se desplazó del "acto ritualizado" de la enunciación al "enunciado mismo" , lo que señala el ascenso de una voluntad de verdad centrada en el contenido del discurso. Esta voluntad de verdad cuenta con un sólido respaldo institucional y ejerce un poder coercitivo sobre otros discursos dentro de la sociedad. Foucault mismo plantea la cuestión de "cuál ha sido y cuál es constantemente a través de nuestros discursos esa voluntad de verdad que ha atravesado tantos siglos de nuestra historia". La voluntad de verdad no representa una búsqueda neutral de la realidad objetiva, sino que se encuentra profundamente entrelazada con las relaciones de poder, moldeando lo que se considera conocimiento y quién posee la autoridad para enunciar la verdad. Las fuerzas dominantes en la sociedad a menudo tienen un interés personal en promover ciertas narrativas y marcos como "verdaderos". Al establecer y hacer cumplir estas "verdades" a través de instituciones y prácticas sociales, pueden legitimar su poder y marginar perspectivas alternativas. Esto sugiere que el concepto mismo de verdad no es independiente del poder, sino que es construido y mantenido activamente por él. En comparación con otras formas de exclusión, Foucault considera que la voluntad de verdad es cada vez más dominante y sutil. Opera no solo a través de prohibiciones manifiestas, sino también al moldear los criterios mismos mediante los cuales se evalúan y aceptan los discursos. Mientras que la censura directa y el etiquetado de la "locura" son formas de control relativamente visibles, la voluntad de verdad opera de manera más insidiosa al influir en los estándares de evidencia, lógica y coherencia que se consideran necesarios para que un discurso se considere válido. Esto la convierte en un mecanismo de control más generalizado y potencialmente más efectivo. La voluntad de verdad también exhibe una evolución histórica, con diferentes épocas mostrando formas y criterios distintos para lo que constituye la verdad. Al rastrear el desarrollo histórico del concepto de verdad, como lo hace Foucault al contrastar la verdad ritualizada de las sociedades antiguas con la verdad basada en el contenido de la declaración en períodos posteriores, se observa que lo que se considera "verdadero" no es estático, sino que está sujeto a cambios y redefiniciones a lo largo del tiempo, a menudo reflejando cambios en los valores sociales y las estructuras de poder.  

Los procedimientos internos de control del discurso se caracterizan por el ejercicio de un autocontrol por parte del discurso a través de principios de clasificación, ordenación y distribución.  

El papel del comentario, entendido como el acto de interpretar y reinterpretar textos o discursos primarios, funciona como un mecanismo para limitar la aleatoriedad del discurso. Lo logra al fijar su significado y asegurar su continuidad dentro de marcos establecidos. En este sentido, se encuentran "acusadores repetidores y tratadistas de determinados discursos que son sagrados o rituales que merecen ser repetidos". Se reconoce que "lo que se diga de un discurso, definitivamente lo afectará, a través de su interpretación". El comentario, aunque aparentemente un acto de interpretación, a menudo opera para reforzar las interpretaciones existentes y restringir la aparición de significados o perspectivas radicalmente nuevos. Al revisitar y reexplicar constantemente los textos fundacionales dentro de marcos establecidos, el comentario puede consolidar ciertas interpretaciones como autorizadas y desalentar lecturas alternativas que podrían desafiar el statu quo. Esto sugiere que el comentario, aunque parece expandir el discurso, también puede actuar como una fuerza conservadora, preservando el conocimiento establecido. La relación entre un texto primario y su comentario es jerárquica, con el texto primario a menudo considerado poseedor de una verdad fundamental que el comentario busca descubrir o reiterar. Esta estructura jerárquica refuerza la autoridad del discurso original y posiciona el comentario como secundario, derivado y, en última instancia, subordinado al significado "original". Esto puede limitar el potencial del comentario para ofrecer ideas verdaderamente novedosas o transformadoras.  

La función del autor, concebido como el origen y garante del significado en un texto o discurso, actúa como un principio de limitación al atribuir una intención y coherencia unificadas a un cuerpo de trabajo. En este sentido, "la sociedad requiere de una referencia de quién es el creador del discurso, para darle credibilidad, predisposición y/o interpretación". Este principio limita el azar a través del "juego de la identidad que tiene la forma de la individualidad y el yo". Foucault sostiene que la "función autor" es una construcción social e histórica en lugar de una propiedad inherente de un texto o un individuo. La sociedad crea la figura del autor y le asigna ciertos roles y expectativas. Al centrarse en el autor como fuente de significado, se tiende a pasar por alto los contextos sociales, históricos y discursivos más amplios que moldean la producción y recepción de un texto. Este énfasis en la autoría individual puede oscurecer las fuerzas colectivas y a menudo inconscientes que intervienen en la creación del discurso. La función del autor sirve para unificar y estabilizar el significado, evitando una proliferación interminable de interpretaciones al anclar el discurso a una fuente e intención identificables. Atribuir un texto a un autor específico permite una comprensión más contenida y manejable de su significado. Proporciona un punto de referencia para la interpretación y ayuda a establecer un sentido de coherencia y autoridad. Esto puede limitar el potencial de interpretaciones diversas o contradictorias que podrían surgir si el texto se considerara independiente de una figura autoral.  

La organización de las disciplinas académicas y sociales establece reglas, metodologías y criterios para lo que constituye conocimiento y discurso aceptable dentro de sus dominios específicos. Esta organización funciona como un poderoso mecanismo de control interno, excluyendo discursos que quedan fuera de sus límites. En este sentido, se plantea la pregunta de "¿Podríamos decir que éstas son dadas por la sociedad en la que se distribuye el discurso (medicina, filosofía, biología, etc.)?" , refiriéndose a las disciplinas como marcos societales para el discurso. Para ajustarse a una disciplina, el discurso debe dirigirse hacia un plan específico de objetos, encajar dentro de un horizonte teórico y estar "en la verdad" obedeciendo las reglas de una "policía" discursiva. Las disciplinas operan a través de un conjunto de reglas implícitas y explícitas que definen qué objetos se pueden estudiar, qué métodos se pueden utilizar y qué tipos de declaraciones se pueden considerar válidas o verdaderas. Estos límites disciplinares crean un marco para la producción y difusión del conocimiento. Si bien permiten una investigación enfocada y el desarrollo de la experiencia, también excluyen inevitablemente enfoques, perspectivas y formas de conocimiento alternativas que no encajan dentro de los paradigmas establecidos. El requisito de que un discurso esté "en la verdad" dentro de una disciplina resalta la estrecha relación entre la organización disciplinaria y la "voluntad de verdad". Las disciplinas a menudo funcionan para mantener y reforzar regímenes de verdad específicos. Los criterios de verdad dentro de una disciplina no son necesariamente universales u objetivos, sino que a menudo son específicos del desarrollo histórico y los compromisos teóricos de ese campo en particular. Esto demuestra cómo la organización del conocimiento en disciplinas contribuye a la construcción y mantenimiento de "regímenes de verdad" específicos que rigen lo que se puede saber y decir dentro de esos dominios.  

Foucault propone una serie de principios para el análisis del discurso que buscan trascender los enfoques tradicionales centrados en el autor, la unidad del significado o las estructuras subyacentes. Estos principios enfatizan la naturaleza histórica, discontinua y cargada de poder del discurso.  

El principio de trastocamiento sugiere que, en lugar de buscar los orígenes o las intenciones subyacentes del discurso (por ejemplo, en la mente del autor o en una verdad universal), el análisis debe centrarse en las restricciones externas y los sistemas de rarefacción que limitan y dan forma al discurso. Este principio propone "analizar Cómo entendemos los autores y disciplinas verlos desde otra perspectiva". Donde tradicionalmente se reconocía el origen del discurso (autor, disciplina, voluntad de verdad), "hay que reconocer el enrarecimiento del discurso". Este principio implica no ir del discurso a su interior, sino reconocer la "actividad negativa de la eliminación y rarefacción del discurso". Este principio desafía el enfoque tradicional en el sujeto creativo o el significado inherente de un texto y, en cambio, dirige la atención a las dinámicas de poder y las fuerzas sociales que determinan lo que se puede y no se puede decir. Al desplazar el foco del origen a la limitación, Foucault fomenta un examen crítico de los mecanismos que seleccionan, excluyen y moldean el discurso. Esto permite una comprensión más profunda de cómo opera el poder a través de las prácticas discursivas.  

El principio de discontinuidad postula que el discurso no debe concebirse como un flujo continuo y unificado de significado, sino como una serie de eventos, prácticas y formaciones discretas que pueden intersectarse, superponerse, ignorarse o excluirse mutuamente. No existe un discurso subyacente y continuo esperando ser descubierto. En este sentido, "no existe un discurso infinito continuo y super que va por debajo sub tertio y secreto que de sentido último a todos los discursos habidos y por haber... los discursos Son discontinuos son prácticas discontinuas que a veces se cruzan a veces se yamp ponen pero también se ignoran y se excluyen". La existencia de sistemas de rarefacción no implica un discurso ilimitado subyacente, y los discursos deben tratarse como "prácticas discontinuas que se cruzan, yuxtaponen, ignoran o excluyen". Este principio significa no imaginar una "cosa no dicha" o un "pensamiento no pensado", sino tratar el discurso como una actividad discontinua. Este principio fomenta un enfoque en las condiciones históricas y materiales específicas que dan lugar a formaciones discursivas particulares, en lugar de buscar narrativas generales o significados universales. Al reconocer las discontinuidades inherentes en el discurso, se puede evitar la imposición de una unidad o coherencia artificial y, en cambio, apreciar la especificidad de diferentes prácticas discursivas dentro de sus contextos únicos. Esto permite un análisis más matizado e históricamente fundamentado.  

El principio de especificidad sostiene que el discurso debe comprenderse como una práctica específica, una forma de violencia o imposición sobre las cosas, más que como una representación neutral de una realidad preexistente. El significado no es inherente al mundo, sino que se produce a través de prácticas discursivas. En este sentido, "no encontraremos un significado o un juego en el sentido último de todo enunciado discursivo al contrario el discurso es una práctica específica no es más que un tipo de violencia sobre las cosas". Se concibe "el discurso como una violencia que hacemos a las cosas, donde los acontecimientos del discurso encuentran su regularidad. Esto debido a que las cosas no tienen regularidad per se. Nosotros se las imponemos". Este principio resalta el papel activo y constitutivo del discurso en la formación de nuestra comprensión del mundo. Desafía la idea de que el lenguaje simplemente refleja la realidad y, en cambio, enfatiza su poder para crearla y definirla. Al considerar el discurso como una forma de "violencia" o imposición, Foucault subraya el hecho de que la forma en que hablamos de las cosas no es neutral, sino que moldea activamente cómo las percibimos e interactuamos con ellas. Esta perspectiva fomenta una conciencia crítica del poder del lenguaje para construir realidades sociales.  

El principio de exterioridad indica que, para analizar el discurso, no se debe buscar un significado o núcleo interno oculto, sino examinar sus condiciones externas de posibilidad, los factores históricos y sociales que permiten su surgimiento y establecen sus límites. Este principio implica analizar "Cómo entendemos los autores y disciplinas verlos desde otra perspectiva". El análisis debe moverse "a partir del discurso, ir hacia sus condiciones externas de posibilidad, sus motivos, y lo que fija sus límites". Este principio involucra ir "a partir del discurso mismo, de su aparición y de su regularidad, ir hacia sus condiciones externas de posibilidad, hacia lo que da motivo a la serie". La comprensión de las condiciones externas del discurso implica examinar el contexto histórico, las instituciones sociales, las relaciones de poder y otros factores no discursivos que influyen en su producción y recepción. Al mirar más allá del contenido interno del discurso a su entorno externo, se puede obtener una comprensión más profunda de por qué surgen ciertos discursos, cómo funcionan y qué efectos tienen. Este enfoque contextual resulta crucial para un análisis exhaustivo del discurso.  

Los mecanismos de control y los principios de análisis discutidos ilustran el argumento central de Foucault sobre la intrincada y dinámica relación entre discurso, poder y saber. Para Foucault, el poder no es simplemente una fuerza represiva ejercida desde arriba, sino que se encuentra disperso por todo el cuerpo social y opera a través de diversas instituciones y prácticas, incluido el discurso. El discurso sirve como un sitio clave donde se ejerce el poder y se produce el conocimiento. Los mecanismos de control aseguran que ciertos discursos sean privilegiados y legitimados, mientras que otros son marginados o excluidos, lo que da forma a lo que cuenta como conocimiento en una sociedad particular. El enfoque genealógico de Foucault tiene como objetivo descubrir la contingencia histórica y las relaciones de poder que subyacen a formas de conocimiento y verdad aparentemente objetivas o universales. Al analizar las discontinuidades y especificidades de las formaciones discursivas, se puede comprender cómo el poder ha moldeado las categorías y los marcos a través de los cuales se entiende el mundo. Tal como se señala, "el discurso no es simplemente aquello que traduce las luchas o los sistemas de dominación, sino aquello por lo que, y por medio de lo cual se lucha, aquel poder del que quiere uno adueñarse". El poder opera no solo sobre el discurso, sino a través de él. La forma misma en que hablamos y pensamos sobre el mundo está moldeada por las relaciones de poder, y el discurso se convierte en una herramienta para mantener y desafiar estas relaciones. El lenguaje no es neutral. Los términos que utilizamos, las narrativas que construimos y las formas en que enmarcamos los problemas están influenciados por las dinámicas de poder y, a su vez, contribuyen a su perpetuación o transformación. El conocimiento no es independiente del poder, sino que siempre se produce dentro de contextos históricos y sociales específicos moldeados por las relaciones de poder. Lo que se considera conocimiento "verdadero" o "válido" a menudo está determinado por quienes ostentan el poder. El trabajo de Foucault desafía la idea de una verdad objetiva y universal. En cambio, argumenta que el conocimiento siempre está situado y refleja los intereses y perspectivas de grupos particulares dentro de la sociedad. Comprender esta conexión entre poder y conocimiento resulta crucial para evaluar críticamente las afirmaciones de verdad y autoridad.  

domingo, 6 de abril de 2025

 

FRAGMENTO LA RIQUEZA DE LAS NACIONES ADAM SMITH

La composición y el uso del capital

Cuando aun no se había implementado la división del trabajo, nadie necesitaba capital ni acopio de provisiones. Si la gente tenía hambre, cazaba; si necesitaba ropa, utilizaba pieles de animales, y demás. Pero desde que se introdujo la división del trabajo, fue necesario almacenar provisiones: materias primas para su trabajo, alimentos y vestimenta para la familia. Los que tienen más de lo necesario tratarán de obtener beneficios de este excedente. Esto se convierte en su capital. Se pueden distinguir dos tipos de capital. Cuando producimos bienes, hablamos de capital circulante. Las máquinas, las herramientas o los terrenos se denominan capital fijo o activos fijos. Lo mismo que se aplica al capital de las personas se aplica al capital de todo el país, pero existe una parte de la riqueza de un país que se utiliza de inmediato y no produce utilidades. La segunda parte son los activos fijos que consisten, por ejemplo, en la maquinaria, los negocios, los terrenos e incluso las habilidades de sus ciudadanos. El capital circulante del país está compuesto por todo el dinero circulante, sus reservas de provisiones, los bienes a medio terminar y los terminados. En cuanto al dinero, el papel moneda es mucho más fácil de producir y mantener que las monedas de oro y plata. Además, el papel moneda es igual de eficiente, conveniente y seguro, siempre y cuando el poder adquisitivo del dinero siga siendo el mismo.

 FRAGMENTO CAPITAL DE MARX 

LA MERCANCIA

Los dos factores de la mercancía: valor de uso y valor (sustancia y magnitud del valor)  La riqueza de las sociedades en que impera el régimen capitalista de producción se nos aparece como un "inmenso arsenal de mercancías"1y la mercancía como su forma elemental. Por eso, nuestra investigación arranca del análisis de la mercancía.

La mercancía es, en primer término, un objeto externo, una cosa apta para satisfacer necesidades humanas, de cualquier clase que ellas sean. El carácter de estas necesidades, el que broten por ejemplo del estómago o de la fantasía, no interesa en lo más mínimo para estos efectos.2 Ni interesa tampoco, desde este punto de vista, cómo ese objeto satisface las necesidades humanas, si directamente, como medio de vida, es decir como objeto de disfrute, o indirectamente, como medio de producción.

Todo objeto útil, el hierro, el papel, etc., puede considerarse desde dos puntos de vista: atendiendo a su calidad o a su cantidad. Cada objeto de éstos representa un conjunto de las más diversas propiedades y puede emplearse, por tanto, en los más diversos aspectos. El descubrimiento de estos diversos aspectos y, por tanto, de las diferentes modalidades de uso de las cosas, constituye un hecho histórico.3 Otro tanto acontece con la invención de las medidas sociales para expresar la cantidad de los objetos útiles. Unas veces, la diversidad que se advierte en las medidas de las mercancías responde a la diversa naturaleza de los objetos que se trata de medir; otras veces. es fruto de la convención.

La utilidad de un objeto lo convierte en valor de uso.4 Pero esta utilidad de los objetos no flota en el aire. Es algo que está condicionado por las cualidades materiales de la mercancía y que no puede existir sin ellas. Lo que constituye un valor de uso o un bien es, por tanto, la materialidad de la mercancía misma, el hierro, el trigo, el diamante, etc. Y este carácter de la  mercancía no depende de que la apropiación de sus cualidades útiles cueste al hombre mucho o poco trabajo. Al apreciar un valor de uso, se le supone siempre concretado en una cantidad, v. gr. una docena de relojes, una vara de lienzo, una tonelada de hierro, etc. Los valores de uso suministran los materiales para una disciplina especial: la del conocimiento pericial de las  mercancías.5 El valor de uso sólo toma cuerpo en el uso o consumo de los objetos. Los valores Librodot El Capital, tomo I Karl Marx de uso forman el contenido material de la riqueza, cualquiera que sea la forma social de ésta.

En el tipo de sociedad que nos proponemos estudiar, los valores de uso son, además, el soporte material del valor de cambio. A primera vista, el valor de cambio aparece como la relación cuantitativa, la proporción en que se cambian valores de uso de una clase por valores de uso de otra, 6 relación que varía constantemente con los lugares y los tiempos. Parece, pues, como si el valor de cambio fuese algo puramente casual y relativo, como sí, por tanto, fuese una contradictio in adjecto(5) la existencia de un valor de cambio interno, inmanente a la mercancía (valeur intrinseque).7 Pero, observemos la cosa más de cerca.

Una determinada mercancía, un quarter de trigo por ejemplo, se cambia en las más diversas proporciones por otras mercancías v. gr.: por x betún, por y seda, por z oro, etc. Pero, como x betún, y seda, z oro, etc. representan el valor de cambio de un quarter de trigo, x betún, y seda, z oro, etc. tienen que ser necesariamente valores de cambio permutables los unos por  los otros o iguales entre sí. De donde se sigue: primero, que los diversos valores de cambio de la misma mercancía expresan todos ellos algo igual; segundo, que el valor de cambio no es ni puede ser más que la expresi6n de un contenido diferenciable de él, su “forma de manifestarse”. Tomemos ahora dos mercancías, por ejemplo trigo y hierro. Cualquiera que sea la  proporción en que se cambien, cabrá siempre representarla por una igualdad en que una determinada cantidad de trigo equivalga a una cantidad cualquiera de hierro, v. gr.: 1 quarter  de trigo = x quintales de hierro. ¿Qué nos dice esta igualdad? Que en los dos objetos distintos, o sea, en 1 quarter (7) de trigo y en x quintales de hierro, se contiene un algo común de magnitud igual. Ambas cosas son, por tanto, iguales a una tercera, que no es de suyo ni la una ni la otra. Cada una de ellas debe, por consiguiente, en cuanto valor de cambio, poder reducirse a este tercer término. Un sencillo ejemplo geométrico nos aclarará esto. Para determinar y comparar las áreas de dos polígonos hay que convertirlas previamente en triángulos. Luego, los triángulos se  reducen, a su vez, a una expresión completamente distinta de su figura visible: la mitad del producto de su base por su altura. Exactamente lo mismo ocurre con los valores de cambio de las mercancías: hay que reducirlos necesariamente a un algo común respecto al cual representen un más o un menos.

Este algo común no puede consistir en una propiedad geométrica, física o química, ni en ninguna otra propiedad natural de las mercancías. Las propiedades materiales de las cosas sólo interesan cuando las consideremos como objetos útiles, es decir, como valores de uso. Además, lo que caracteriza visiblemente la relación de cambio de las mercancías es precisamente el hecho de hacer abstracción de sus valores de uso respectivos. Dentro de ella, un valor de uso, siempre y cuando que se presente en la proporción adecuada, vale exactamente lo mismo que otro cualquiera. Ya lo dice el viejo Barbon: "Una clase de mercancías vale tanto como otra, siempre que su valor de cambio sea igual. Entre objetos cuyo valor de cambio es idéntico, no existe disparidad ni posibilidad de distinguír."8 Como valores de uso, las mercancías representan, ante todo, cualidades distintas; como valores de cambio,  sólo se distinguen por la cantidad: no encierran, por tanto, ni un átomo de valor de uso. Ahora bien, si prescindimos del valor de uso de las mercancías éstas sólo conservan una cualidad: la de ser productos del trabajo.